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Boston. De frente al tercer juego de la Serie Mundial esta noche

Uno mira hacia los Medias Rojas de Boston, y salta de la butaca entre el alud de emociones: ahí está Benintendi aterrizando, saltando y bateando como en una feria; Betts entusiasta y amenazante frente al plato y fildeando, metiéndose al territorio de lo imposible en el bosque derecho; Pearce buscando como atrapar una pelota, sin importarle que en la voltereta junto a la baranda del dogout, su cabeza pueda golpear el piso; J. D. Martínez ignorando la molestia de la torcedura de su tobillo, ansioso de tomar turno con compañeros circulando para hacer prevalecer la extensión de su swing y mover las cifras de Boston hacia delante; Bradley, sorprendentemente temible decidiendo juegos en el fondo de la alineación; Núñez saliendo del banco con el ADN de Babe Ruth; el zurdo Price resucitado, como viniendo de otra vida, no de fracasar en 11 aperturas durante las postemporadas; el bullpen precalificado como sospechoso, repentinamente colosal; Kimbrel, sin capucha, mostrándose como la nueva versión del estrangulador de Boston; y Cora, frente al tablero de las posibilidades, convertido en un ilusionista, moviendo acertadamente sus fichas como dueño de cada próximo instante.