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La batalla diaria de las mujeres

Motivada, preparada y recién graduada de la academia de policía de Turquía, la segunda teniente Zala Zazai tenía aptitudes estelares para el trabajo que aceptó en el este de Afganistán en junio. Todo eso importó poco cuando empezó.

En las redes sociales la llamaron prostituta y los hombres escribieron que su sola presencia en la fuerza corrompería a la provincia de Khost, donde fue asignada. Sus colegas de la jefatura de policía —donde era la única mujer oficial en un grupo de casi 500— trataron de intimidarla para que usara un pañuelo conservador en la cabeza y ropa tradicional en vez de su uniforme, y para que se escondiera en los rincones traseros de la oficina, lejos del público, comentó. Los tenderos llegaban a las puertas de la estación sin otro asunto más que echar un vistazo a esta novedad.

Luego de su primer día de trabajo, Zazai, de 21 años, volvió a casa sintiéndose enferma y asustada. Estaba tan insegura que le pidió a su madre, Spesalai, que la había acompañado desde Kabul, que se quedara con ella en un refugio en el interior del cuartel general de la policía. Por la noche, las dos cerraron la puerta con llave. Durante el día, Zala Zazai se apresuró a acelerar los trámites para conseguir un arma de fuego.

“Quiero tener algo con que defenderme”, dijo.

Ayudar a las mujeres afganas, que fueron relegadas a sus hogares por los talibanes durante su gobierno en la década de 1990, se convirtió en una consigna a favor de la intervención occidental en Afganistán después de la invasión estadounidense en 2001. Dos décadas más tarde, el surgimiento de una generación de mujeres afganas profesionales y con estudios es una señal innegable del cambio.

Ahora, con la posibilidad de que se inicien las conversaciones sobre el reparto del poder entre los talibanes y el gobierno afgano, a muchas mujeres les preocupa que estén en peligro los avances que han conseguido. Lo que contribuye a su preocupación es la fragilidad de los logros alcanzados después de dos décadas, ya que cada paso cotidiano sigue siendo una batalla diaria.

Incluso después de haber invertido más de 1000 millones de dólares en proyectos de empoderamiento de la mujer, la realidad cotidiana de las mujeres que tratan de desempeñar funciones públicas —en especial con el gobierno y las fuerzas de seguridad— sigue siendo sombría. Las mujeres aún están casi completamente ausentes de las reuniones de alto nivel en las que se toman decisiones de guerra, paz y política. El desempeño de las mujeres en los empleos rutinarios conlleva un torrente diario de acosos, insultos y abusos.

Entre las fuerzas policiales, que han sido el objetivo de los esfuerzos de diversificación durante años, las mujeres solo conforman el 2,8 por ciento de los empleados, y ese es el nivel más alto que se ha registrado en dieciocho años. Los funcionarios han reconocido que la mayoría de esas 3800 mujeres tienen funciones ocultas con poco contacto con el público. Solo 5 del total de casi 200 puestos de liderazgo militar y civil en el Ministerio del Interior son ocupados por mujeres.