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nueva afluencia a la frontera

Para cuando la Patrulla Fronteriza avistó a los dos migrantes en una maraña de arbustos una helada mañana de diciembre, ellos llevaban seis días vagando sin rumbo en el desierto. Se habían perdido en el último tramo de una travesía de un mes desde Guatemala, en la que solo se encontraron con manadas de pecaríes, coyotes solitarios y cactus punzantes mientras caminaban tambaleantes hacia el norte. Agotados, sedientos y con frío, no se resistieron al arresto.

Menos de dos horas después, los agentes ya los habían sometido al procedimiento jurídico correspondiente y enviado de vuelta al otro lado de la frontera, a México. Alfonso Mena, con pantalones de mezclilla rasgados de la rodilla, temblaba al lado de su compañero en una banca a menos de 274 metros de Arizona y lloraba incontrolablemente.

“¿Qué no harías para ayudarles a tus hijos a salir adelante?”, dijo. En Houston, le esperaba un trabajo como jardinero, afirmó, y su familia contaba con él. “No somos malas personas. Venimos a trabajar”.